Carlos Vila Barea
Semiólogo - Director de Brand Consult Research - Buenos Aires
Los otros ya se fueron
La fotografía de Resnik captura un paisaje con ausencia de personas o algunas que se están marchando o simplemente observan a la distancia como la del chico que desde lo lejano del paisaje nos muestra su rostro, nos mira de pasada, incluso lamenta ser capturado en su paso. Olivier pareciera que lamenta tener que capturar una realidad en que cada registro deja ver algo de él. Resnik está de paso como el chico y tampoco le gusta ser capturado, detenido en un tiempo, prefiere seguir y mostrar que todo está en orden, no hay nada que hacer.
Si hay un primer sentido de obra en los registros de Resnik es precisamente ese orden llevado hasta su última expresión. La geometrización del paisaje, su composición, encuadres y la disposición de cada uno de los elementos que ordena antes de hacer el clic denotan esa obsesión por no dejar nada a fuera, pero principalmente por no poner nada a dentro que lo pueda perturbar en los ojos de los otros, tal ves es mejor que los otros ya no estén y si están que se vayan pronto, casi al mismo tiempo en que el propio Olivier empieza a moverse para abandonar la escena registrada.
Un tiempo perceptible
Qué registra Olivier?, un tiempo-momento que se volverá a reconstruir en el ojo del observador de sus fotografías. Todos sabemos que la fotografía es ese registro, esa captura de momento y ese momento despojado de historia se instala en nuestra memoria y en nuestro inconsciente para recordarnos que en algún momento estuvimos ahí, ahora como memoria, antes como historia. Resnik en cada registro mira de reojo, como la imagen desde la ventana en que observa lo que está afuera, es el afuera el segundo síntoma del sentido de obra de Resnik.
En la mayoría de las fotografías hay un estar afuera, hay un fuera de campo y este es el ojo del observador que ve un paisaje ordenado premeditadamente por el fotógrafo, ordenado hasta el último detalle. Una asepsia que connota disciplina y racionalización y con ello distancia a expresiones sicológicas o emocionales que ensucien un registro pulcro y meticuloso. Como las texturas de esas paredes de años, de esas ventanas de cada pueblo o ciudad, de esos bancos en plazas que no podemos ver completamente, cada detalle es absorbido por un eje que arranca cualquier posibilidad de adentrarse en la imagen en búsqueda de los personajes o simplemente de su historia.
Pasamos por la fotografía de Resnik y él nos obliga a detenernos, lo que él no quiere hacer con su propio momento de captura nos obliga a hacerlo a nosotros y si no queremos nos deja sus pies frente al televisor para que nos resignemos a su presencia-ausencia que empieza a perturbarnos. Es un tiempo detenido por alguien e inflingido a nosotros con indiferencia. Él no está y nosotros ya no queremos estar porque no logramos ver lo que viene, lo perceptible, lo registrado.
La “cama y los zapatos”
En el registro de realidad de Resnik hay una cama, ella es el orden, la higiene, la limpieza, el orden, el encuadre. La cama es el marco de una constitución de obra regulada. Abajo están los zapatos, alguien los dejó, ya no está, no sabemos si como una voz en off en algún momento se escuche, pero no está en este encuadre que podemos ver. Es el tercer síntoma de obra, su huida.
La “cama y los zapatos” es una sinecdoque de un sentido de obra, es un parte de un todo abierto y envolvente de alguien que llama desde un adentro y que no se deja observar. Cada fotografía de Olivier nos marca un punto, estable, seguro, sin nada que suponer, todo está donde debe estar. Olivier está ahí registrando ese momento, sin embargo nada denota su presencia, los objetos y sus paisajes se imponen con su ausencia apartada de su propio cuerpo. Es su cuarto síntoma, hay una falta de cuerpo en la obra de Resnik, sólo ausencias y soledades que en los pocos rostros que retrata se puede observar.
En la Obra de Olivier hay poca presencia del cuerpo, es decir, de lo que moviliza el dedo que presiona el gatillo, no se escucha el clic, no hay un dedo que esté presionando, no hay un cuerpo que soporte la cámara y entonces: cómo está la fotografía instalada en el bromuro de potasio?. Responder esta pregunta es el vació de cada registro de Resnik, no sicológico sino fenomenológico. Está ahí frente a nuestros ojos, pero no lo podemos sentir.
Un tren sin retorno
Como la fotografía del tren donde Olivier confiesa que es él en el bagón, lo vemos sentado mirando hacia un punto que podría ser su fotógrafo, acaso está posando?. No lo observamos con claridad, tan poco estamos seguros que sea él en la foto que vemos. Sólo detectamos a alguien en un tren viajando sin pasajeros que se vean, sin paisaje a su alrededor, sólo él siendo capturado por un otro. Momento único de su captura y no sabemos por quién, como tampoco sabemos quién utilizó los guantes de latex que cuelgan de un postigo, o de la sombra proyectada sobre la hierba, o de los zapatos en las escaleras o cerca de la cama, de las bicicletas dejadas en los umbrales luminosos, de las puertas abiertas, no hay nadie, quién debería estar?.
El tren como figura marca ese recorrido del ojo, fotograma a fotograma en el cine. En la fotografía la continuidad se da desde su interior, en la provocación y en la certidumbre que algo está capturado en ese papel, casi como un acto de magia. Hay un orden, un afuera y un cuerpo que se hace carne en los pliegues de lo que se muestra, síntoma a síntoma del registro de Resnik, sin embargo falta uno, la huida, la cual instala una pregunta ineludible: de qué huyes Resnik, de qué huyes?